viernes, 4 de marzo de 2016

Última cuenta regresiva del arte de volar.

Mi último año en la secundaria.
Ese lugar donde florecen los sueños, donde comienzan los proyectos, donde quizá nos atacan las dudas pero nos ponen en órbita las certezas. Últimos meses en el lugar donde de a poquito me fui descubriendo como militante, como estudiante y hasta como persona, donde nacieron mis esperanzas y donde los contenidos que fui adquiriendo no solo se aislaron en las materias curriculares de la orientción en la que estoy (Letras) sino que fue mucho más allá.Me causa algo de resquemor pensar en que fui creando un lugar a mi manera, donde conozco por completo cada rincón, donde me adueñé de momentos, de días, de lugares...
Me genera algo de tristeza saber que el último año que transito por el establecimiento, me causa sensaciones encontradas pensar en los últimos puchos a fumar antes de entrar, la formación, el saludar a mis compañeros y compañeras con un abrazo o una simple cara de enojo al saber que es lunes y uno está despierto desde temprano para quién sabe con que se va a encontrar dentro del curso. Saudar a preceptores que te conocen desde que eras más chico, desde que no tenías idea de la manera en que se manejaba ese mundo y ahora pensar que sos parte de todo y ese todo sos vos.
Recuerdo mi primer día, con trece años o a días de cumplir, no conocía a nadie  algunos tenían sus amistades hechas o se conocían de los cursos de ingreso. Había caído en a nada misma, mis viejos mirándome, no podía despegarme. Me sentía algo sola, no entendía el mundo ni su estrcutura (de hecho sigo sin hacerlo, quizá lo entienda menos ahora) no creia poder realizar una amistad o al menos un saludo con algún extraño. Todo se fue dando a su tiempo, las primeras personas con las que hablé, a quiénes les pasé mi número, con quiénes compartí un recreo o ya saludaba, ya me conocían y yo a ellos y ellas. Después fui siendo más, me interesaba la movida social, el Centro de Esudiantes; ese lugar en el que crecí mucho más -y sigo haciéndolo- donde empecé a cuestionar y empezar a creer en una esperanza; en algo por qué luchar.
Todo se fue dando, los años fueron pasando demasiado rápido, me fui dando más preguntas que respuestas y a veces ya no tenía que preguntar entonces buscaba algo en qué disernir para poder preguntar el por qué de las mismas.
Siempre fui jodida, me gusta la discusión. Me fascina el hecho de sentarse a hablar de por qué vemos al sol de color amarillo o por qué no podemos volar o si realmente Perón fue un conductor de masas organizadas.
Desde piba me gustó ser líder, representar a quiénes tienen voz pero no se hacen oír. Mi primer pasito para eso fue ser delegada del curso, cuando no me escuchaban me ponía a gritar golpeando borradores y exigiendo a mis compañeros y compañeras que se callaran, que el mundo estaba cayendo, que la educación se nos iba de la mano y que dejen de ser irrespetuosos porque los iba a golpear (también era patotera).
Después iba por más, metiéndome en agrupaciones independientes de partidos poíticos que siempre tenían una línea marcada que no entendía pero me iba informando para saber donde estaba parada. De a poco peleaba puestos, ya no era delegada sino estaba en alguna secretaría, ya me hacía cargo de algún taller en alguna jornada o hasta hablaba en alguna asamblea.
Me cuesta creer que de a poco se va yendo esa etapa, esos mates en invierno, esa guitrreadas a la salida, ir a comer una pizza para después ir a educación física a correr una hora o fumarme un porro antes de entrar.
Me siento rara al saber que me voy despegando de esta etapa y que voy entrando a otra, un poco más díficil o un poco más fácil ¿quién sabe? Es una mezcla de sensaciones que me revuelven el estómago, pero que cado de esos temores termina en un proyecto. Estos cinco años fueron de los mejores, o de los más fructíferos, no podría describir todo lo que crecí, todo lo que uno vive dentro y como conecta el afuera haciendo que sea más grande, haciendo que todo tenga algo de sentido alguna vez.
Es real cuando se habla de que el secundario es un mundo aparte, un poco alejado de todo y que a veces su movimiento trabaja sólo, pero es imposible no pensar que es un mundo grande y lleno de promesas y desafíos.
"Poder decir adiós es crecer", se vienen mis últimos meses allá, donde todo lo que soy -y lo que me falta por conocer de mí- también se queda ahí, como mis gritos al viento de: "Compañeros" en el pasillo del segundo piso del edificio nuevo en medio de una asamblea, o a las corridas en alguna actividad, o las reuniones burocráticas con autoridades que no llegaban a nada más que a ver que algunos adultos se olvidaron de lo que es la vida, de las veces que me bocharon de éxamenes y la suerte que tuve de aprobar algunos.
Nunca fui una buen estudiante, no me gustan las exactas, soy de lo social (como todo militante creo yo). Me gusta leer y debatir sobre textos, me gusta ir más allá , hacía lo que no podemos tocar pero si sentir. Lo que no sé si este arte de volar me gusta quizá por comodida o por miedo... y miedo de qué es la pregunta ¿no?
Debe ser que tengo miedo de seguir llenándome de preguntas antes que de respuestas, ese miedo a crecer y que mi cabeza explote de tanto qué preguntar y tanto que charlar.
No sé que más decir, estoy medio nostalgica.
Me duele un poquito el alma, crece a esperanza quizá ¿no?