miércoles, 5 de octubre de 2016

Carta a mís errores.

CABA 17 de mayo del 2016.

A mi querida conciencia, que siempre me recuerda que me equivoqué.

¡Qué grande que estás!¿O estaremos más maduras, che? Puede ser, esto de que andemos reconociendo cada error o pequeño misterio sin resolver en mi cabeza es un poco complicado.
Es un poco difícil llevarnos bien, vos tan fría y yo tan ardiente. Suelo quemarme en mis sentimientos e ideas, suelo ser pasional y eso dificulta y problematiza mi vida en muchos sentidos, suele molestarme no poder controlar mis impulsos. Vos tan calculadora, tan cuadrada, tan áspera... siempre ahí viendo cuando me equivoco y si no lo hago, me recordarás que estuve a punto de hacerlo.
Aún así te agradezco la ayuda, esa que me despierta -aunque ciertas veces me descontente- estás para alarmarme de cada peligo, así por decirlo. Aún así, conciencia querida, te falta mucha calle, barrio y corazón. Quizás algún día nos llevemos bien, cuando entiendas que de la pasión nacen mis sueños, esos que se guardan en otro lado, un poquito más cálido.

El hombre de los veinte y cinco veranos /5

No logra dormir, lo tiene en sus párpados. No logra respirar, se posa en su nariz tan relajado.
Ya nu duerme, sueña con él todas sus noches. Quiere decirle algo, pero no sabe qué. Se bloquea.
El hombre de los veinte y cinco veranos se había marchado, pero algo de él le quedó. Teme, le teme.
Ni su aroma se fue, ni sus caricias. Ni la imagen de él, posando sus labios en sus mejillas. Ya no quiere ver por miedo a que deje de mirar, y sólo se quede con su cara, la misma que reflejaba sus ojos.
En sus comidas se atraviesa su nombre, o tiene su gusto. En la cena, ya no traga por miedo a que aparezca para no dejar avanzar la comida, y ni hablar cuando se baña....tiene temor a que la viera.
Él no se había ido, ella lo seguía esperando. En sus sueños, en sus comidas y en sus mismos días.
Sabe que volverá, pero no sabe como recibirlo.
Teme, le teme. Tiene un pedazo del corazón en la mano, y el otro guardado.
Por si se atreve a querer irse con él.

martes, 4 de octubre de 2016

Carta que nunca te dí.

Estoy escribiendo esto en el momento porque no se me ocurrió mejor idea que recibirte con algo del alma.
No niego estar nerviosa, bastante. Hace tiempo quería conocerte y que lindo que hoy si se de (obviando aquel error de hace unas semanas). Estoy realmente ansiosa, me muero por descubrirte un poquito más, y también -sin ir más lejos- abrazarte. ¿Qué locura no? Vernos parados en esta situación, ahora.
Preparé el equipo de mate, no sé si te gustarán los mates con unos cuantos yuyos... espero que sí.
Pensaba en que a ambos nos gusta Invisible y hoy me levanté escuchando "Elementales Leches" y de inmediato te me viniste a la cabeza, bueno, no tanto. Al no conocer tu rostro en persona, no puedo personificarte.
Me gustan las cartas de este tipo, casual. No dice mucho pero tampoco nada, al contrario más de lo que debería decir. A mí me gusta escribir, y me parece una manera linda de recibirte, más por el viaje.
Que cagada nuestra distancia, pero bueno ¡hoy te veo! Lo lindo de esto va a ser charlar, me parecés una persona muy interesante. Es cómica esta carta porque la vas a leer en el tren de camino a tu casa, y vas a entender un par de sensaciones que me rondaban antes de conocerte. Soy una bohemia, lo sé.
Son las 10:30 de la mañana, aún no te escribí por Facebook, sí... esto de no tener celular es complicado, pero sinceramente no lo necesito -al margen de nuestro error de aquella vez, ya me disculparé- estoy muy cómoda sin tanta tecnología.
Bueno, quiero despedirme para luego recibirte con un gran abrazo (y, si me dejás, besarte). Soy medio romanticona, me gusta la escencia de lo romántico. Espero por verte, y quererte un poco más.

Eso que nos deja.

Y no niego. No puedo negar que me cuesta dejarte ir, que me cuesta no verte más.
Y, pasa. A veces pasa ¿qué va a ser no? Es el ciclo de la vida; nacés, vivís, te enamorás y se van.
Me cuesta no ver las hojas de colore que me fascinan y siempre me llevan a la tranquilidad; naranja, marrón, colorado y ese café que ilumana mis mañanas al pisar las hojas de camino a la escuela.
Me va a costar mis tardes de lluvia, al lado de mi ventana viendo como caen las gotas, acompañada de un cigarro y un libro al pasar. El viento de aquellos días -o no tantos- que me volaba el flequillo y un poquito el corazón. Siempre me gustó escuchar a Spinetta en otoño, mi estación favorita.
No quiero que te vayas, las bufandas me sientan bien. Los swetters de colores que hacían juego al paisaje matinal me van a extrañar, olvidados en el placard. Mis mates calientes no quieren ser reemplazados por esos jugos fríos ¡no quieren, no! Ni olvidar los charquitos que dejaba la lluvia, volver a ser niña por un instante. Y sin ir más lejos, los abrazos en otoño son más bellos, más cálidos o uno a veces se excusa para abrazar. Los árboles desnudos, las noches frescas y esas siestas que te transportaban al confort.

En fin, no quiere que te vayas -aunque técnicamente ya lo hiciste- quiero que perdures y pueda disfrutarte.
Ah, me olvidé. En otoño también conocí al amor, de muchas maneras.
Quizás no quiero que te vayas porque me recordás a él, y a un poema de Cortázar.

Fin.

Borrar lo escrito,
como si no pasó,
ventana abierta.

Ni mil poemas,
acomodan el ardor,
de las palabras sueltas.

Tanto que decir,
mañanas de mates,
compartiéndonos.

Al aire corren,
los verbos del ayer,
los sentimientos de hoy.

¿Cómo fingir?
¿Cómo escapar?
¿Abandonando será?

Y decido irme,
sin decidir en realidad,
irme por la puerta.

Tirando la llave,
sin darme cuenta,
que no la cerré.

domingo, 2 de octubre de 2016

Torbellino.

Acostados, mirando el techo,
ese cielo gris que finjía vernos
desnudos, tocándonos siempre,
siempre queriendo un poco más.

Siendo uno, al ritmo de nuestro compás,
moviéndonos mientras nos sentíamos,
mientras nos desgarrábamos en la cama,
caíamos exhaustos, nos moríamos al besar.

Ese ritual sin fecha ni horario,
sin condición más que el amor,
más que nuestro "te quiero" final,
más que nuestra mirada triunfal.

Nuestras tardes en la cama,
tragos de café, mordidas dulces,
las lenguas enredándose,
como nuestro cuerpo.

Nuestra sed no nos dejaba hiur,
acariciabas mi pelo, deslizandote,
recorrías mi espalda con tus besos,
tocabas mis piernas, enredandose en vos.

Nuestra mirada nos absorvía en el deseo,
siempre tan juntos, siempre tan distantes,
nuestras miradas se ocupaban de desvestirnos,
nos penetraron cada noche...

cada tarde,
cada instante,
cada momento,
nuestro sexo era mirarnos,
era devorarnos con la mirada,
era amarnos viéndonos.

Mayo de hojas secas.

Otoño, dulce otoño,
me recuerda a vos,
a las hojas y al vino

Caigo en tu nombre,
en tu fecha y tu arona,
otoño, nubes y cigarro.

Beso en mate amargo,
esperanza en una Plaza,
mítica, mirándonos.

La caminata del domingo,
el sol que nos penetraba,
tu boca tan dulce.

Caminamos de la mano,
nos cubrimos de abrazos,
éramos nosotros.

Como buscarte en los recuerdos,
en la memoria que te encuentra,
y oscila olvidarte, pero te ama.




El hombre de los veinte y cinco veranos /4

Un nuevo día se acerca en las calles frías de Buenos Aires, domingo por la tarde y la lluvia de primavera que azota a los enamorados y algún que otro vagabundo que pide limosnas y algo de amor.
Él y su cabeza, él y su amor. ¡Cómo nos cuesta a veces ponerle fin a lo que nos hace bien! Ponemos fin a lo que nos genera bienestar por miedo a que se termine, por miedo a sumergirnos en esa sensación.
Su temor a amar no le permite ver su equivocación, quizás nunca amó y jamás se equivocó.
Retrocer y avanzar, esa era su cuestión . Su miedo le impedia avanzar, y se excusaba creyendo que lo mejor era dejar, dejarla, dejarse a él. Le gusta creer que dando un giro a su vida, pensando en sus responsabilidades -que no hace más que atarlo a ese infierno cruel- podrá olvidar. Él sabe que no es así.
No se oye, no se busca, no se siente. Le teme al conflicto, lo evita. Le teme a la guerra pero al final, la provoca.
En la tarde sombría decide abandonar(se), el aroma a té con miel y la figura del otoño con la hojas caídas se desvanecen de ella. Ya no escribe poemas, sólo haikus queriendo olvidar(lo).
La primavera prometedora desaparece, ocultandose bajo la lluvia fría que inunda los cuerpos de quiénes se atreven a salir, a vivir un poco más. La lluvia arrastra sus besos y los desplaza en una alcantarilla, los susurros de sus tardes de sexo se van con el viento, al igual que los "te quiero".
No quieren irse uno del otro, quieren vivir inmersos en sus sexos. Quieren volver a las cálidas tardes donde eran uno, donde ya no eran nadie. En cada parpadeo se disuelve la imagen de sus ojos, devorándose.
Ella busca su mirada en el recuerdo, él en el olvido.
Se siente invadido por ella, por quién en secreto -cuando la oberservaba- admiraba.
Aún así decidió irse, se acostó para acomodar sus ideas. Cuando se dio cuenta ya no estaba acostado, estaba nadando en un mar de sentimientos, solo que él no sabía nadar.

El hombre de los veinte y cinco veranos /3

Baja del tren, camina. Sigue su destino hasta el finde la estación, entre tantos camina. Recorre su camino como si fuese otro más, pero sabe que no. No es otro más porque alguien lo espera, porque alguien lo busca (porque se buscan). Sigue caminando hasta que llega al molinete, pasa. Ya está cerca, su entusiasmo se eleva, empieza a temblar. Siente por su cuerpo ese calor que lo invade, que lo desnuda y deja en perfecta transparencia para contemplar lo que sus ojos no pueden decir pero si expresar.
Llega a la salida de la estación, camina por una calle con ansias. Su cuerpo se mueve por si solo, no reconoce los movimientos que va llevando a cabo, es como si una fuerza exterior lo obligase a entusiasmarse más y a querer salir corriendo.
Desde lejos la ve, ella camina en dirección opuesta. Mientras se van acercando se miran, se sonrien, se quieren. Llegan a tocarse, se abrazan y su mundo se cierra y sólo gira entorno a ellos. Ya no importaba esa estrecha calle donde nadie pasaba por el tumulto de personas que pasaban a hora pico, ni importaba los comerciantes ambulantes, ni tampoco la vecina histérica por el calor o el barrendero harto de su larga jornada laboral... eran ellos, queriéndose en la espera.
Se toman la mano y buscan donde ocultarse de esta ciudad que sólo busca mostrar la intimidad de los apasionados y esconder las miserias de unos cuantos muertos. No dicen una palabra, sólo caminan. Buscan su lugar en la gran ciudad, buscan donde reposar, buscan donde encontrar su paz.
Deciden por una plaza cerca de la estación, aún así la ciudad se seguía sintiendo con sus autos largando su humo pesticida y los bocinazos de tarde. Se recuestan, no dicen una palabra. Se miran, se acarician.
El hombre de los veinte y cinco veranos la (ad)mira, la anhela, la desea. Ella también.
-Te quiero- dice, apasionado.
-Y yo a vos, más- responde intrigada.
Durante toda la tarde no hubo más conversación que esa, se levantan y vuelven a la estación. Él tenía que volver y ella irse. Se despiden con un largo beso; "paz es lo que encuentro con vos, entre tanta guerra"

sábado, 1 de octubre de 2016

Las relaciones en tiempos de tecnología.

Y, a veces me pongo insoportable con este "temita" del amor, pero me es imposible no hablarlo.
Menos ahora, estamos todos y todas hiper conectados y a la vez tan lejanos/as.
¿Nunca les pasó eso de querer romper todos los celulares y mandar a cagar a medio planeta? Porque a mi sí, o casi siempre me pasa. ¿Nunca estuvieron dentro de una conversación con sus amigos o amigas y hablaban más de los "me gusta" de una publicación de tal a tal que de lo lindo que es el cielo en otoño?
Pasa, pasa que pensamos que la tecnología nos sirve y nos acerca a quién le queremos caer o quien queremos estar. Pasa que nos infectamos de basura trilleada de amor vendido en una pantalla fría y sombría.
Últimamente no paro de escuchar frases -que ya hasta son típicas- en las cuales importa más el peso que puede tener una relación (ya sea de amistad, de pareja o lo que fuese) en una red social que en carne propia. Porque si éste te puso "me gusta" te tiene que entrar, o si no puso ella su relación con él en Facebook es "raro" ¿raro? Sí, raro. O si no subís una foto con tu pareja sos un/a anti, o tenés que publicarlo en todos lados posibles para que sea re contra visible que están muy feliz, o no ¡peor! Si no contestás un mensaje rápido, pero el quilombo que se te arma ni te cuento.
Y, lo veo en las parejas de mis amistades, porque convivo con esas cosas. Porque nos vale más lo que se diga por una red social, estamos alertas todo el tiempo que es lo que piensan de nosotrxs a lo que nosotrxs podemos dar cada día en nuestras vidas.
Y, a mí me rompe bastante los ovarios esto de la tecnología. Si bien no niego que nos facilita muchísimas cosas como la información al instante y mismo la conexión con otras personas, me es irritante que se haya perdido la magia del "face to face" (así, bien progre escrito). Esa mística de las tardes de mates, de música al aire libre y sin nada más que rostros contándose historias lejanas o futuras ¡o mismo creando sus propias historias! Generalment, o sólo a mí me pasa,que cuandome junto con mis amigos o amigas no se pueden despegar de sus celulares, no miran a las caras y tienen que estar conectados segundo a segundo por si se perdieron algún  chisme nuevo. Ya no sirven esas juntadas, porque al final no nos desconectamos más de estas mierdas que necesitan cargarse cada dos minutos.
La máquina superó al ser humano/a y ahora todxs dependemos de esas cajitas tecnológicas. El narcisismo toca la puerta de nuestras vidas como algo genial donde nos exponemos y necesitamos la aprovación de todo el mundo, y nunca faltan los y las moralitas del siglo XXI que cada paso en falso que dás están señalándote cual pecador/a. Ahora todo es rápido, es express. Todo se quiere ya, ahora y sin intereses. Queremos que las cosas sucedan en este momento para poder publicarlo en las redes sociales y que todxs lo veamos, porque necesitamos eso, exponernos un poco más. Quizás es la nueva cultura de la globalización o esta mierda de sistema que nos enseña a que tener un celular vale más que un libro.
Ponernos al servicio de la intimidad y creer que la privacidad del/la otro/a termina cuando nosotrxs queremos meternos en sus vidas, llenarnos de esos chismes y creernos dueños/as. Vivir en ese mundo virtual donde sos o no sos, donde las modas avanzan y nos ponen al servicio de la estupidez más placentera.
Y ni hablar de las batallas culturales que hay que hacer, poque no importa nada, se recrean chistes machistas o misóginos o mismos racistas en lo que todxs nos ponemos al tanto. Conocemos nuevas personas por redes sociales, charlamos, nos miramos en semejanza, conocemos, pero al fin y al cabo lo que cuenta es que no te haya clavado el visto en el querido whatts app. Nos volvemos consumistas de una realidad paralela de lo que somos y de lo que queremos ser, todo es más fácil detrás de un monitor o pantalla pero en la vida donde hay que pisar el pasto con los dedos de los pies... todo se diluye.

Por eso -esto llámese catarsis- creo que tenemos que terminar con ésta estupidez de las redes.
Mandarnos mensajes para saber como estamos es un detalle, entender al o la otrx cuando no tiene ganas de hablar y juntarnos a tomar una birra, tirar el celular a la mierda y abrazarnos en lo más profundo.