martes, 4 de octubre de 2016

Eso que nos deja.

Y no niego. No puedo negar que me cuesta dejarte ir, que me cuesta no verte más.
Y, pasa. A veces pasa ¿qué va a ser no? Es el ciclo de la vida; nacés, vivís, te enamorás y se van.
Me cuesta no ver las hojas de colore que me fascinan y siempre me llevan a la tranquilidad; naranja, marrón, colorado y ese café que ilumana mis mañanas al pisar las hojas de camino a la escuela.
Me va a costar mis tardes de lluvia, al lado de mi ventana viendo como caen las gotas, acompañada de un cigarro y un libro al pasar. El viento de aquellos días -o no tantos- que me volaba el flequillo y un poquito el corazón. Siempre me gustó escuchar a Spinetta en otoño, mi estación favorita.
No quiero que te vayas, las bufandas me sientan bien. Los swetters de colores que hacían juego al paisaje matinal me van a extrañar, olvidados en el placard. Mis mates calientes no quieren ser reemplazados por esos jugos fríos ¡no quieren, no! Ni olvidar los charquitos que dejaba la lluvia, volver a ser niña por un instante. Y sin ir más lejos, los abrazos en otoño son más bellos, más cálidos o uno a veces se excusa para abrazar. Los árboles desnudos, las noches frescas y esas siestas que te transportaban al confort.

En fin, no quiere que te vayas -aunque técnicamente ya lo hiciste- quiero que perdures y pueda disfrutarte.
Ah, me olvidé. En otoño también conocí al amor, de muchas maneras.
Quizás no quiero que te vayas porque me recordás a él, y a un poema de Cortázar.

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