jueves, 7 de junio de 2018

En vistas de

Tanta gente...
Tanta gente camina por las calles y veredas que no me animo a tibutear.
Parada, en la esquina, está de esas señoras que sacan (nunca me gustó ese verbo) a sus perros a pasear mientras los adornas con esas ropas por el frío que acontece estas fechas. Desde la ventana del colectivo logro ver a un hombre sujetando el volante y pienso; "¿A dónde irá? ¿Al trabajo? ¿A su casa?¿O con un médico?" Son respuestas instantáneas que ocupan mi mente. Sin embargo rara vez me pregunto si van a ser felices, como si la felicidad fuese algo, ese maldito <<algo>>, que uno vaya a saber qué es.
Vuelvo a mis miradas y me topo con el ventanal de una casa de comidas. Y qué jugada es la vida; los relojes y teléfonos son separados de los cartones y ropas usadas. Sigo pensando en lo curiosa que es la vida, que sitúa sus contrastes más burdos en las simplezas del barrio; de Balvanera en este caso.
Nunca me detuve a pensar en estas cosas, en estos pequeños rasgos que entran como la luz de sol cuando filtra las ramas de los árboles. Será porque uno exclama pequeños detalles en la vida cotidiana que está llena de luces o la inocencia del humano las esconde bien.
El juego no termina y me encuentro más detallista. Un gimnasio en la misma cuadra que una casa de comidas, una casa en su parte frontal cuenta con dos balcones; el de arriba tiene plantas espléndidas, en el de abajo sus plantas estás secas... qué linda alegoría a la muerte. Por la calle cruzan dos nenes, uno acompañado por su madre y padre, el otro va con silencio mientras agita una bolsa con frutas, ambos giran sus cabezas en buscas de el otro y sino me equivoco en ese momento logro captar una pequeña sensación de envidia. Miro de frente, el colectivo semi vacío. Miro fijo, de un lado el sol que impacta el cuerpo casi a quemarropa, del otro la sombra que nos invita a desaparecer.
Pienso, en voz baja y en mente alta, los encuentros y desencuentros que tenemos frente a nuestros rostros y que no logramos decodificar. Como si la vida fuese ese botón en automático, movernos de una manera cuadrada y obsoleta donde las agujas del reloj giran casi como tortura y ver caer el sol es la expresión del fin del día y no del comienzo.
Entonces vuelvo a mirar, paso por Constitución y miro a las personas que van y vienen, que se cruzan, se chocan y no se miran. Miro el viejo puesto de diarios que consigo lleva tantas verdades y las mentiras más vendidas del día. Miro el puente y las familas que viven abajo, ahora el puente ya no es puente sino hogar. Llego a Barracas, sigo mirando. Los contrastes, los edificios altos con su alta gente, de lujo, de perfume. Me acerco más al sur y ya no existe contraste, somos todos iguales.
Al fin de cuentas ninguno porta guante blanco y la igualdad el paisaje más violento.