martes, 26 de julio de 2016

Con la memoria bien puesta.

Descamisados de Evita y de Guevara...

Hoy 26 de julio de 2016 se me revuelven muchísimas cosas en el corazón, puesto que es día de efemérides.
Vuelvo a escribir quizás en busca de algo de consuelo ya que en tiempos de neoliberalismo foráneo y abrupto, uno/a recurre a estos lugares en los que deja pedazos de alma.

Y fue un dia como hoy, al anochecer que te fuiste. ¡Maldito cáncer que te arrancó de las manos de los trabajadores! ¡Malditos quienes con firmeza y odio escribieron "¡Qué viva el cáncer!" en las paredes de nuestro Buenos Aires. El sentimiendo de las mayorías se expresaba, contundente. Filas de quiénes te lloraban, quiénes buscaban consuelo en quienes no habían sido nadie y gracias a tu lucha y convicción fueron alguien en esta vida. Estabas destinada -creo yo- a la grandeza, y siempre supiste que eras Peronista.
Y nos dejaste el alma en pena cuando rehusaste al cargo de Vicepresidente, pero nos devolviste la lucha cuando pronunciaste; "Renuncio a los honores pero no a la lucha". ¡Y ojo! No lo dijiste una vez, en tus casi ocho años dentro del Peronismo, siempre supiste interpelar a las minorías, aquellas que se convirtieron en mayorías gracias a tu ala de lucha, esa fé que movió montañas y que hoy en día en el campo popular sigue moviendo cuerpos y corazones. Abanderada del pueblo, así te llaman muchos.
Quiénes alzaron tu nombre en modo de victoria sólo serán quienes te lleven en su espíritu en serio, y sin quiénes son capaces de volver a hacer un 17 de octubre, vos lo dijiste; los verdaderos peronistas.
A mi, mujer de izquierda de nacimiento y Peronista de alma, me costó creer que iba a idolatrar a una mujer de tal manera. María Eva Duarte de Perón, mujer fuerte y decidida, te viniste de tu provincia a la gran Capital no a buscar fortuna si no tus sueños. Demostraste que el arte, en la radio y teatro no te eran poca cosa para saber la causa de tu pueblo. Luchaste, también, contra ese sector misógino que te quiso convertir en una mala palabra. ¡Malditos esos hijos de puta que te quisieron muerta! Nunca le temí a la oligarquía y fue gracias a vos, nunca le temeré a los Buitres y es gracias a vos.
Eva, Evita, como decidieron ellos, los Descamisados, hoy es otro año de que te fuiste pero no nos abandonaste si no que la vida decidió arrancarte físicamente.
Cuando elegí ser Evita sé que elegí el camino de mi pueblo. Ahora, a cuatro años de aquella elección, me resulta fácil demostrar que efectivamente fue así. Nadie sino el pueblo me llama Evita.

26 de julio de 1953, aires de lucha, se huele la pólvora que cae en los dedos pulidos. Mujeres y hombres armados y listos para atacar, sin hambre o sí con hambre de lucha por la liberación de su pueblo.
Ronda un hombre delgado con una barba prominente, le decían Fidel si no me equivoco. Quien lideró la causa misma por derrotar a Batista, a quien la historia lo absolvió.
Los preparativos fueron en secreto, reunidos para que nadie supiese lo que tramaban, para que nadie pudiese oler que la Revolución olía a jazmín con tintes de pólvora.
"Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertado o muerte! Ya conocen ustedes los objetivos del plan. Sin duda alguna es peligroso y todo el que salga conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad. Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir, den un paso al frente. La consigna es no matar sino por última necesidad."
Palabras de Fidel previo al asalto del Cuartel de Moncada.
 En la madrugada de ese día, 135 combatientes, vestidos con uniformes del Ejército y dirigidos por Fidel, precisaban el plan de ataque. Se organizaron en tres grupos, el primero de los cuales, con Fidel al frente, atacaría la fortaleza. Los otros dos grupos, mandados respectivamente por Abel Santamaría —segundo jefe del movimiento— y Raúl Castro, tratarían de tomar dos importantes edificios contiguos al cuartel: el Hospital Civil, donde se atendería a los heridos, y el Palacio de Justicia, donde radicaba la Audiencia, desde cuya azotea apoyarían la acción principal.

De los 135 revolucionarios, 131 dieron el paso al frente. Los cuatro arrepentidos recibieron la orden de regresar a sus puntos de origen, y poco después de las 4:00 de la madrugada, todos comenzaron a salir en los autos hacia Santiago. Los grupos dirigidos por Abel y Raúl cumplieron su objetivo: la toma del Hospital Civil y la Audiencia. El grupo principal, dirigido por Fidel, llegó según lo previsto hasta una de las postas, la No. 3, la desarmó y traspuso la garita. Pero una patrulla de recorrido que llegó inesperadamente, y un sargento que apareció de improviso por una calle lateral, provocaron un tiroteo prematuro que alertó a la tropa y permitió que se movilizara rápidamente el campamento. La sorpresa, factor decisivo del éxito, no se había logrado. La lucha se entabló fuera del cuartel y se prolongó en un combate de posiciones.
Los asaltantes se hallaban en total desventaja frente a un enemigo superior en armas y en hombres, atrincherado dentro de aquella fortaleza. Otro elemento adverso, también accidental, fue que los atacantes no pudieron contar con varios automóviles donde iban las mejores armas, pues sus ocupantes se extraviaron antes de llegar al Moncada en una ciudad que no conocían. Comprendiendo que continuar la lucha en esas condiciones era un suicidio colectivo, Fidel ordenó la retirada.
Al mismo tiempo que esto ocurría en Santiago, 28 revolucionarios asaltaban al cuartel de Bayamo, operación que también fracasó.

 El fracaso del Asalto al Cuartel de Moncada no hizo desaparecer las esperanzas de liberación, si no que la derrota de ese hecho produjo que los revolucionarios estén convencidos de lo que estaban haciendo.
Revolucionario se nace, no se hace. Con la memoria bien puesta.