sábado, 26 de diciembre de 2015

Son las doce y media del día lunes veinte y cuatro del mes de mayo, las hojas de color rojizo o algo anaranjado caen de la copa de los arboles hacía el suelo, rumbo frío y vacío. El otoño ataca nuestras mejillas posandose en un leve viento que sólo toca y se va, la lluvia aparece cual amiga que un poco anhelabamos en ver y otro poco no extrañabamos tanto ya que sabíamos que su llegada sería pronta, sin avisar aparece decorando a Buenos Aires, a la ciudad. Edificios manchados de gotas, las calles revestidas de hojas, o al menos de las que hay dentro de la ciudad. No hay mucha gente afuera de sus casa, es tarde.
Los únicos y existentes que quedan hunden sus penas en alcohol o cuentas historias que jamás escucharon o que sueñan con vivir dentro de su aburrida y monótona vida que los arrastra a lo cotidiano, a lo absurdo...
La luna acecha acercándose como única amiga, siento un leve resquemor por los paisajes novelescos ya que eso lo innfunde el amor, y eso, es justamente lo que menos tengo.
Puedo observan a las miradas despistadas despidiéndose, sin darse un beso desnudan su alma, pues, ¿es acaso la mirada, el beso que llega al alma? Siento esa curiosidad por descubrir quien desnude mi alma, por mirar a alguien a quién quiera atraparse un poco más... Aún así siento algo de rechazo por lo romántico, quizás el miedo de mostrar nuestros miedos nos lleve a escondernos dentro de ese pozo del cual no queremos salir, nos sentímos cómodos hasta un tiempo, ese tiempo que nos grita a cielo abierto que necesitamos querer, y ese querer es una especie de forma que se transforma cada segundo que pasa...
La soledad nos hace pensar, mientras caminamos por la ciudad, vemos las caras de los demás y pienso ¿cuál es su disfraz?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario